La poliomielitis fue una de las enfermedades más temidas del siglo XX.
Hasta 1988, se registraban
350 mil contagios al año en el mundo.
En un 95% de los casos, los contagiados no tenían ningún síntoma, pero los que se enfermaban y sobrevivían, tenían que lidiar con parálisis y atrofia muscular.
La polio se contagia a través del contacto entre personas, por medio de secreciones nasales y orales, además del contacto con heces contaminadas.
En los primeros ensayos de vacunación, niños sanos se contagiaron y eso complicó conseguir más financiamientos para la investigación.
Con la campaña “La Marcha de los Diez Centavos” de Franklin Roosevelt, se consiguió un financiamiento histórico. Un grupo de médicos liderados por Jonas Salk se pusieron manos a la obra.
Salk estaba convencido de que se podía “engañar” al sistema inmune y que, en lugar de suministrar virus debilitados y aminorados, se podía vacunar con virus muertos.
Había nacido una vacuna revolucionaria.
Tras probar la vacuna en sus propios hijos, Salk inoculó con éxito a decenas de niños en Pittsburgh.
Como el financiamiento fue por beneficencia, Salk podía conservar la patente de la vacuna, pero se negó. “¿Ustedes patentarían el Sol?”, dijo cuando cuestionaron su decisión.
Gracias al trabajo de Salk, investigadores crearon y masificaron una vacuna oral. Actualmente, la polio está casi erradicada en el mundo.